La misión ante todo y como su nombre lo indica es un “envío”. Ser misionero es ser enviado, al igual que Jesús en la tierra. En su oración al Padre, Jesús dice: “Como Tú me has enviado al mundo, yo también los envío al mundo”. (Jn. 17, 18).
Somos testigos del Resucitado “Vosotros seréis mis testigos hasta los confines del mundo”; “Id por todo el mundo y ANUNCIAD LA BUENA NUEVA a toda la creación” (Mc. 16,15).
El Papa Francisco nos dice: “La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, esta misión continúa y desarrolla a lo largo de la historia, la misión del mismo Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres;la Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo,por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio”;
“América Misionera, comparte tu fe”. “Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca” (Jn.15,16).
Dios nos llama y nos elige a pesar de nuestra condición, porque la obra la va a realizar Él. “No somos
nosotros los protagonistas de la misión, sino el Espíritu Santo” como nos recuerda el Papa Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Missio: “no os extrañéis que Dios elija lo débil del mundo para profundizar a los fuertes y lo necio para confundir a los sabios”. (Cor.1, 26-31).
Misionar es sacar el niño que llevamos dentro, desprendernos completamente de lo mundano para ser
instrumentos puros. Es ser apóstoles, la voz de Cristo para los demás. La misión se hace aun más intensa en Semana Santa, porque se vive de manera muy real el camino de Jesús, pero no dura solo seis días, sino toda la vida. Romper barreras, romper esquemas, hacer lío.
Eliminar diferencias sociales, para ser hermanos, hermanos en Cristo.